La Venganza del Mono


Vivió una vez un rey llamado Chandra, quien mantenía una tropa de monos para el disfrute de su hijo. Los monos eran bien atendidos, alimentados con comidas elegidas,  estaban gordos y muy contentos. El rey también mantenía un par de carneros, que eran usados para tirar el carro del joven príncipe. Uno de los carneros era un verdadero glotón y frecuentemente entraba a las cocinas del palacio, engullendo cualquier cosa que pudiera encontrar por ahí. Los cocineros estaban permanentemente persiguiéndolo y golpeándolo con cacerolas, sartenes, cucharones y cualquiera cosa que pudieran coger.
Ahora, el jefe de la tropa de monos era altamente erudito, habiendo estudiado los textos de muchos grandes maestros. Después de observar las bufonadas del codicioso carnero por algún tiempo, comenzó a pensar. “Esta pelea entre el carnero y los cocineros es un mal presagio para los monos. Puedo verlo venir. El carnero está obsesionado por la comida y los cocineros son rápidos para enfurecerse. Tarde o temprano golpearán al carnero con un leño ardiente del fuego de la cocina. El pelo del carnero arderá y saldrá corriendo de la cocina y desorientado irá directamente hacia los establos que están justo enfrente. Llenos de heno, los establos se incendiarán y sin duda se quemarán muchos caballos. Ahora, el sabio Shalihotra, quien escribió el texto definitivo sobre la ciencia veterinaria, ha dicho que el mejor tratamiento para las quemaduras es la grasa de monos. Entonces los monos serán matados, ya que el rey de hecho valora más a sus caballos que a nosotros.”
Habiendo llegado a esta conclusión, el jefe de los monos llamó a todos los monos. Advirtiéndoles acerca del peligro inminente, dijo, “Marchémonos ahora, antes que sea demasiado tarde. Tengan por seguro que la riña del palacio tendrá un espantoso final. Como se dice,
Las malas relaciones destruyen a todas las dinastías.
Las malas palabras a las amistades también.
Los malos gobiernos arruinan a todos los países.
Y la mala conducta acaba con la fama de un hombre.
Pero los monos solo rieron. “Nosotros no nos vamos a ningún lugar. Esta es una gran vida –nos alimentan a mano con las mejores comidas. Oh, Abuelo, debes estar volviéndote senil. ¿Piensas que renunciaremos a esto por una vida en el bosque, forrajeando por frutas?”
“Tontos” replicó mordazmente el jefe de los monos. “¿No ven en qué va a terminar todo? Lo que ahora parece néctar se convertirá en veneno, acuérdense de lo que digo. Yo me marcho, ya que no puedo soportar presenciar la destrucción de mi clan. Dicho esto, el jefe de los monos se marchó hacia los bosques.
Poco tiempo después que se hubo marchado, el codicioso carnero de nuevo corrió dentro de la cocina y empezó a tomar comida de todas partes. Tal como el jefe de los monos lo había predicho, uno de los cocineros tomó un pedazo de madera ardiente y golpeó al carnero, prendiéndolo fuego.
Balando de agonía, el carnero huyó fuera de la cocina entrando en los establos. Rodó por el heno, tratando de apagar el fuego. El heno explotó en llamas y todos los establos en seguida ardieron. Algunos de los caballos murieron por el calor, mientras otro se soltaron de sus riendas y huyeron del establo, con sus cuerpos malamente quemados.
El rey se disgustó mucho y llamó a los veterinarios del palacio. “¿Cómo podemos tratar a mis caballos?” les preguntó.
“Su Majestad, Shalihotra prescribe un ungüento con grasa de mono como el mejor remedio para esta herida.”
“Entonces no pierdan más tiempo. Maten a los monos y preparen su grasa” dijo el rey. Los sirvientes del palacio inmediatamente llevaron a cabo esa orden y todos los monos fueron pronto matados.
Con el tiempo, el jefe de los monos se enteró de esta atrocidad perpetrada contra los de su clase. Tembló de pena e ira y se devanó los sesos pensando en alguna forma de vengar a los monos. Por algunos días apenas comió o durmió tratando de encontrar una manera de vengarse. Entonces una mañana al acercarse a un lago para beber, notó que había huellas tanto de hombres como de animales que se acercaban al lago pero  que ninguna salía de él. Se le ocurrió que debía haber alguna clase de monstruo viviendo en las aguas del lago. Sin querer tomar ningún riesgo, tomó un largo tallo de loto y lo usó como sorbete para tomar un trago.
Mientras el mono bebía, un Rakshasa de aspecto terrible emergió del centro del lago, llevando un brillante collar de rubíes. “¡Ey tú, mono! Llamó. “Gracias a tu buen sentido has sido afortunado hoy. Siempre devoro a los que entran a este lago para refrescarse. ¡Bien hecho! Has escapado y estoy complacido por tu inteligencia. Dime qué puedo hacer por ti.”
Manteniendo prudencial distancia, el mono dijo, “Dime, buen señor, ¿Cuántas personas puedes comer?”
El demonio lanzó una fuerte carcajada, un sonido como un trueno atronador. “Tantas como puedas contar. Diez, cien, mil –cualquier número que quieras. Pero deben entrar en estas aguas. No tengo poder afuera.”
El jefe de los monos vio su oportunidad. “Déjame proponerte algo” le dijo al demonio. “Tengo una amarga enemistad con un rey que me carcome día y noche. Si tú me prestas tu fabuloso collar, lo usaré para tentar a este rey y a todo su séquito para que entre en tu lago. Luego puedes hacerte un banquete con sus carnes.”
El Rakshasa rió de nuevo. “Muy bien. ¿Por qué no? Estaré más que feliz de cumplir.” Entregó su collar y el mono se lo puso alrededor del cuello, luego fue de regreso al palacio.
Cuando la gente lo vio con el estupendo collar, lo llamaron, “Ey, ¿De dónde sacaste ese deslumbrante adorno? Hace que hasta el sol se opaque.”
El jefe de los monos contestó, “Lo obtuve de Kuvera, el gran dios de la riqueza. Él posee un lago lleno de joyas, oculto en el bosque profundo. Si uno toma su baño allí justo antes del amanecer en un domingo, recibirá las bendiciones del dios y también un maravilloso regalo como este collar.”
El Rey Chandra pronto se enteró de esto y convocó al jefe de monos. “¿Es verdad lo que me enteré?” preguntó. “¿Puede uno realmente tener tales riquezas de este lago?”
“Por supuesto, su Majestad. Si lo deseas puedes enviar a alguien conmigo y yo le mostraré el lago.”
El rey se frotó el mentón y sonrió. “Creo que iré yo mismo, junto con todo mi séquito. Entonces obtendré muchas de estas joyas preciosas.”
“Una excelente idea, mi Señor.”
El rey entonces dispuso que un palanquín lo transportara al lago. Sentó al mono en su regazo. Mientras viajaba, el mono pensaba para sí mismo, “Sin duda la codicia lleva a un hombre a realizar todo tipo de locuras. Como se dice, si se tiene cien, se desea mil, si se tienen mil, se desea un millón, si se tiene un millón se desea un reino y hasta un rey anhela el cielo. Aún más, el cabello se pone gris, los dientes se deterioran, la piel se arruga y la espalda se dobla, pero la codicia permanece siempre joven.”
Llegaron al lago un poco antes del amanecer y el mono le dijo al rey, “Mi Señor, instruye a tu comitiva a entrar en el lago. Tú y yo podemos seguirlos inmediatamente después y te mostraré dónde yacen las gemas.”
El rey hizo justo eso y sus seguidores se zambulleron todos dentro del agua, donde el Rakshasa rápidamente se los comió. Después de esperar por un tiempo y sin ver ninguna señal de sus seguidores, el rey le dijo al mono, “¿Buen compañero, donde piensas que han ido mis asistentes?”
El jefe de los monos se trepó a un árbol y dijo, “Malvado rey, has recibido el justo castigo por haber matado a todo mi clan. Juré vengarme y esto ahora se ha cumplido. Solo porque tú fuiste una vez mi amo es que te permití vivir.”
El cuerpo del rey se desplomó. Miró fijamente el lago horrorizado. Dando la vuelta, lentamente se abrió camino de regreso a su palacio.
Moraleja: La codicia enloquece
El Rakshasa luego salió del lago con una gran sonrisa en el rostro y el jefe de los monos arrojó de vuelta el collar. “Regreso el mal ya que el mal no es pecado” dijo para sí mismo y se adentró en el bosque.
“Este entonces, es el resultado de la codicia” dijo Buscador de Oro. “Ahora por favor permíteme ir a mi hogar.”
“¡Cómo! ¿Me dejarás solo aquí?” Lágrimas cayeron de los ojos de Porta Rueda. “¿No temes el pecado de abandonar a un amigo afligido? No hay nada peor que eso.”
“Bueno, eso sería verdad si hubiera algo que pudiera hacer” dijo Buscador de Oro. “Pero no lo hay. No tengo poder para liberarte de la maldición de Kuvera. Sin duda, si me quedo aquí no hay certeza que el mismo destino no caiga sobre mí. Mejor huyo rápidamente. Como dijo el Rakshasa, “’El que huye vive más.’”
“Oh, ¿Qué Rakshasa era ese?” preguntó Porta Rueda y su amigo contó la historia.