El Burro Entrometido


Había una vez un lavandero llamado Ropas Limpias que vivía en la antigua ciudad de Varanasi. Una noche, después de un pesado día de trabajo, yacía profundamente dormido. Tenía un perro y un burro atado en su patio atados a la pared de su casa.
En lo profundo de la noche un ladrón entró sigilosamente a su casa y escaló entrando por la ventana. El perro abrió un ojo y vio un ladrón, pero no emitió ni un sonido. El burro entonces le dijo, “compañero perro, ¿Cómo es que no estás ladrando? ¿No has visto al ladrón?”
“Ciertamente lo he visto, buen señor. ¿Pero por qué debería ladrar? Mi amo apenas me alimenta. Él ha vivido sin preocuparse por tanto tiempo que no me considera necesario. Pues bien, esto debería hacerlo cambiar de opinión.”
“¡Qué despreciable! ¿Qué clase de sirviente eres? No te importa nada tu amo, solo la paga.”
“¿Qué paga? Unos pocos pedazos de comida aquí y allá. ¿Cómo pretende que haga mi trabajo? Me estoy consumiendo.”
El burro resopló. “Pues bien, si tú no vas a ayudar a nuestro amo, entonces yo sin duda que lo haré. ¿Qué más debería hacer un leal sirviente para ayudar a su amo en momentos de necesidad?”
Dicho esto el burro levantó la cabeza y comenzó a rebuznar con toda su fuerza. El ladrón, que estaba justo saliendo de la casa, huyó corriendo a toda velocidad.
Mientras tanto, el lavandero se despertó de golpe. “¿Qué le ocurre a ese burro?” exclamó. Levantó un palo y salió de la casa, fue hasta donde el burro aún se encontraba rebuznando con todas sus fuerzas.
“¡Maldita bestia!”, dijo el lavandero y comenzó a golpear al burro. “Has arruinado mi sueño y despertarás al vecindario entero. Cállate.”
Habiéndole propinado una rotunda paliza, el lavandero volvió a la cama. El perro le dijo entonces al burro, “Pues bien, mi amigo, hiciste lo mejor, pero aprendiste tu lección.”
*Moraleja: Nunca intentes hacer el deber de otro”
“Así que”, concluyó Cuidadoso, “sin duda que no debemos apurarnos por aconsejar al rey cuando no es nuestro asunto. Ningún bien vendrá de ello.”
Una irónica sonrisa se extendió por el taimado rostro de Astuto. “Oh, no estoy seguro de eso. Al menos yo veo algo bueno viniendo hacia nosotros. ¿No deberíamos intentar brindar algún servicio al rey? ¿Y no sabe un hombre sabio cómo sacar algo bueno de cualquier situación? Por complacer al rey uno será puesto en un cargo más elevado. Luego, con inteligencia, él puede fácilmente tener a su amo bajo control.”
“Ya veo”, dijo Cuidadoso. “Este es un interesante concepto que tienes sobre el servicio, donde el principal beneficiario eres tu mismo. Dime, ¿como te propones ganar el favor de Melena-dorada?
“Sólo observa como él y su corte ahora están terriblemente asustados”,  replicó Astuto. “Averiguaré la causa. Luego emplearé la diplomacia.
Como dicen  los textos autorizados,
Haciendo amistad con poderosos aliados,
Causando conflictos entre poderosos enemigos.
Estas son las formas mediante las cuales el sabio
Incrementa su propia prosperidad.”
Astuto descansó el mentón en sus patas, pensando profundamente. Miró a su hermano. “Sé exactamente qué hacer. Ya verás. Dentro de poco el rey me empleará como su ministro.”
Astuto contó a Cuidadoso cómo había aprendido mucho por escuchar a los sabios cuando hablaban juntos. “Mi madre me crió cerca de las eremitas de los sabios, y frecuentemente discutían sobre moral y filosofía. Escuché por ellos la gran historia del Mahabharata acerca de los 5 príncipes Pandava –cómo cuando estuvieron en el exilio pudieron entrar al servicio del Rey Virata. Solo observa como ingreso al servicio de Melena-dorada y soy admitido a su círculo íntimo.”
Astuto recitó un poema a su amigo, que había escuchado de los sabios.
“¿Qué no puede hacer el talentoso?
¿Qué lugar es tan lejano para el fogoso?
¿Qué tierra es extraña para el erudito?
¿Y quien es temido por el elocuente?”
Cuidadoso aun no estaba seguro. “Los reyes son peligrosos, como fuegos ardientes. Ellos son como montañas, muchos altibajos y corazones de piedra. Generalmente hombres  codiciosos y maliciosos lo rodean. Una equivocación en sus presencias y estás acabado”.
“Estoy muy de acuerdo”, dijo Astuto. “Se necesita extrema precaución. Uno debe esperar el momento oportuno antes de hablar. Incluso el altamente erudito maestro de los dioses, Brihaspati, será censurado si habla cuando no es su turno.”
Astuto dijo que sabía que hacer. “Si el rey está enojado, halágalo. Halaga a sus amigos y maldice a sus enemigos. Agradece sus regalos y presta atención cuidadosamente a sus palabras.”
Se levantó para partir. “No te preocupes por mí, Cuidadoso. Estaré bien.” Viendo la determinación de su hermano, Cuidadoso dijo, “Bien, sin duda parece que lo tienes todo resuelto. Adiós entonces. Que Dios te proteja.”
Astuto saludó a su hermano y luego partió para ver a Melena-dorada. Apenas el rey lo vio aproximarse le dijo a su guardia, “Deja que Astuto, el hijo de mi anterior ministro, entre sin impedimento.”
Astuto se postró ante Melena-dorada, que colocó su gran pata sobre el hombro de Astuto. Él le dijo amablemente, “¿Qué te trae aquí después de tanto tiempo, Astuto?”
Astuto permaneció humildemente ante el rey. “Su Majestad, he venido aquí deseando brindarte algún servicio. Incluso un desgraciado de clase baja como yo a veces puede ser útil.”
Manteniendo el tono de voz suave y sin pretensiones, Astuto continuó, “Un rey experto reconoce los méritos y defectos de todos sus sirvientes, y él los ocupa como corresponde. Él nunca considera un buen sirviente igual a uno inferior. Y él sabe que el buen consejo puede venir de cualquiera, incluso si proviene de la mal nacida raza de los chacales. “
Para ilustrar su punto, Astuto recitó otro poema que había escuchado de los sabios,
“La seda es tejida por el humilde gusano,
El oro nace de las rocas,
El loto crece en el barro y la  suciedad,
y las esmeraldas  son halladas  sobre las  serpientes.”
Astuto continuó, “Por lo tanto,  por favor, júzgame solamente por mis méritos. Ciertamente es solo debido al juicio experto del rey que los sirvientes poseen algún valor, ya que él siempre sabe como sacar lo mejor de ellos.”
Melena-dorada soltó una carcajada. “Eres bienvenido aquí. Bien o mal nacidos no hacen diferencia. En cualquier caso, tú eres el hijo de mi anterior ministro y por lo tanto tú provienes de una buena estirpe. Dí lo que piensas sin temor.”
“Si tú estas de acuerdo, Oh Rey, preferiría hablar en privado.”
Melena-dorada hizo una seña; los tigres, lobos y otras bestias que lo rodeaban tomaron distancia. Astuto entonces dijo, “Mi Señor, veo que has regresado rápidamente de tu excursión al río. Seguramente ni siquiera has tenido tiempo de beber. ¿A qué se debe?”
Melena-dorada intentó parecer indiferente. “Por nada en particular, simplemente cambié de idea acerca de ir.”
“Entiendo perfectamente si es algo de lo cual no debo ser informado”, replicó Astuto. “No insistiré con el tema.”
Mientras Astuto hablaba, Melena-dorada escuchó otra vez el terrible sonido que venía del río. Tranquilizado por la comprensión de Astuto y su humilde actitud, él decidió confesar su temor al chacal.
“¿Escuchaste recién ese sonido?” preguntó.
“Claramente, su Majestad. ¿Por qué preguntas?”
“Bien, Astuto, pretendo abandonar esta selva enseguida.”
“¿Por qué razón, mi Señor?”
Melena-dorada bajó su voz. “Es obvio que alguna bestia monstruosa ha venido aquí. Jamás he escuchado tales bramidos. Este ser debe poseer una forma que iguala su terrible rugido y un valor que iguala su forma.”
“¡Cómo!” exclamó Astuto. “¿Temer un simple ruido? Vaya, existen tantos sonidos en la selva –truenos, el viento, tambores, carros, y así. No debemos temerles. Especialmente tú, Oh rey, que eres tan poderoso. No debes abandonar livianamente esta tierra, que ha pertenecido a tu familia por generaciones.”
Melena-dorada hinchó el pecho. Astuto estaba en lo cierto. Astuto continuó, “Se dice que una brizna de pasto se inclina muy bajo, siendo impotente y carente de fuerza interior. Así también un hombre que carece de honor y fuerza es fácilmente afectado, como el pasto.”
Astuto le dijo al rey que junte valor. “No temas, como el tonto chacal, de algún desconocido sonido en la distancia.”
“¿Qué chacal?” preguntó el rey. “Cuéntame más.”
Entonces Astuto relató su cuento.