El Barbero que Asesinó a los Monjes


Había una vez un piadoso comerciante llamado Gema Brillante, que vivía en el país sureño de Patna. Llevaba una vida dedicada a los deberes religiosos, siempre haciendo bien su trabajo y dando caridad a los hombres sagrados. De alguna manera, sin embargo, fue superado por la adversidad y perdió toda su riqueza. Como resultado su respeto y reputación disminuyeron en todas partes y cayó en una profunda depresión.
Una noche él yacía en su cama, dando vueltas y más vueltas, incapaz de dormir por la ansiedad. “Maldito destino” dijo. “Qué cierto es aquello que se dice “hasta cuando un hombre tiene excelente carácter, si es pobre, entonces apenas es estimado por alguien”. Ay de mí, todo desaparece con la pérdida de la riqueza. Hasta a un hombre de gran intelecto se le descompone la mente si siempre se lo fuerza a preocuparse por el dinero. Los hombres pobres pierden todas las buenas cualidades y son despreciados. Por otro lado, los hombres ricos pueden hacer cualquier acto abominable y casi nadie dice una palabra.”
Pensando así, Gema Brillante se abatió cada vez más. Empezó a pensar en terminar con su vida. “Ayunaré hasta morir. ¿Qué sentido tiene mi miserable existencia?”
Finalmente cayó dormido y comenzó a soñar. En este sueño tuvo una maravillosa visión. Una gran pila de oro apareció frente a él con la forma de un monje jainista desnudo. Este monje le dijo, “Buen comerciante, no te deprimas tanto. Yo soy el resultado de tus anteriores actos piadosos – diez mil monedas de oro. Mañana me verás en tu casa, apareciendo así. Solo golpéame en la cabeza apenas aparezca y toda esta riqueza será tuya.”
Gema Brillante despertó y empezó a pensar acerca del sueño. ¿Podría ser cierto? Parecía poco probable. Después de todo, se dice que los sueños de los borrachos, los enfermos, los apenados, los ansiosos, los lujuriosos y los locos son todos sin sentido. Gema Brillante se sentó en su cama. Rechazó su sueño. Estaba pensando tanto sobre dinero todo el tiempo. Sin duda era por eso que tuvo ese sueño.
Ese día más tarde su esposa hizo que viniera el barbero a la casa para darle una manicura. Mientras estaba trabajando, el monje jainista  que Gema Brillante había visto en su sueño también vino a la casa. El sorprendido comerciante lo examinó de cerca. No había duda. Se parecía exactamente a la imagen que había visto en sus sueños.
Gema Brillante decidió que el sueño debía ser verdad. Tomando un palo que estaba cerca, golpeó al monje en la cabeza. Inmediatamente el monje cayó al suelo y se transformó en una pila de oro.
Gema Brillante gritó de alegría. Juntó el oro y dio varias monedas al barbero. “No cuentes a nadie lo que has visto” le dijo.
El barbero le aseguró a Gema Brillante que sus labios estaban sellados. Luego partió a su hogar, pensado solo en la asombrosa visión que tuvo recién. “Estos monjes desnudos parecen ser una fuente de tesoro” dijo. “Quizás debería invitar unos cuantos de ellos a mi casa.”
Pensando de esta manera, fue a un templo jainista que se hallaba cerca y se arrodilló ante al altar ofreciendo oraciones. Cuando hubo terminado buscó al jefe de los monjes y se inclinó profundamente ante él. “Su santidad, soy bendecido por la mera visión de ti. Qué magníficos son los santos cuyas vidas son de pura renunciación.”
El monje levantó su mano en bendición. “Mi virtud crece en ti.”
“Tengo un pedido para hacer” dijo el barbero. “Cuando tus monjes vayan a sus rondas mendigando limosnas, por favor dirígelos a mi casa.”
El jefe de los monjes frunció el ceño. “¡Qué! ¿Piensas qué somos como los brahmanas, que aceptan invitaciones y van a todos lados para comer en la casa de los demás? Vagamos a voluntad por aquí y por allá y si nos encontramos con un piadoso devoto jainista entramos a su casa y aceptamos solo la suficiente comida para sustentar nuestras vidas. Por favor márchate y nunca hagas tal pedido otra vez.”
“Lo siento, su santidad. No quise ofenderlo. Sin duda sé de sus principios superiores. Pero yo también soy tu devoto. En mi casa tengo algunas exquisitas piezas de tela que serían perfectas para cubrir tus sagrados manuscritos. Y también he estado ahorrando dinero para donarlo a tu misión. De cualquier manera, dejaré que tú lo decidas.”
El barbero entonces se marchó y volvió a su casa. Pero a la mañana siguiente regresó al monasterio justo cuando los monjes estaban yéndose a sus rondas para mendigar. “Por favor sean misericordiosos conmigo” dijo. “Acepten mi caridad.”
Impulsados por el deseo de tener las telas y el dinero, los monjes silenciosamente fueron en fila detrás del barbero. Él ya había ubicado un pesado garrote junto a la puerta y cuando los monjes entraron lo levantó y comenzó a golpearlos en la cabeza. Algunos murieron instantáneamente y otros cayeron dando alaridos. Los últimos pocos monjes giraron y huyeron velozmente, gritando por socorro.
Los soldados estacionados en un fuerte cercano escucharon la conmoción proveniente de la casa del barbero. “¡Qué es esto!” gritaron, e inmediatamente corrieron hacia esa dirección. Viendo la terrible visión que los recibió, monjes huyendo con sangre manándoles de la cabeza y otros yaciendo muertos en el suelo, estaban horrorizados. “¿Quién hizo esto?” exigieron saber.
“Fue este loco barbero. ¡Arréstenlo en seguida!”
Los soldados inmediatamente aferraron al barbero y lo esposaron.
Lo arrastraron a la corte con los monjes detrás. Los jueces preguntaron. “¿Por qué cometiste un crimen tan horrendo?”.
“Sus señorías, yo he visto a Gema Brillante el comerciante hacer exactamente la misma cosa. Él mató a un monje, quien luego se convirtió en oro. Yo pensé que podía hacer lo mismo.”
Los jueces inmediatamente ordenaron que trajeran a Gema Brillante ante la corte. Cuando el comerciante llegó, los jueces dijeron. “Este hombre dice que tú mataste un monje. ¿Es cierto?”
Gema Brillante entonces relató su sueño y lo que sucedió después. Juntó las palmas y se inclinó ante los jueces. “Ningún monje ha sido jamás matado por mí, sus majestades.”
Los jueces entonces ordenaron que el barbero sea ejecutado. Después que fue llevado a cabo, dijeron, “Nadie debiera actuar tan irreflexivamente. Este barbero idiota ha cosechado el fruto de su acto precipitado. ¡Cuidado con los actos precipitados! No termines lamentándote como la mujer brahmana que mató a la mangosta.”
“Oh, cuéntanos más” dijo Gema Brillante y los jueces narraron la historia.