El León y el Asno Mentecato


Había una vez un león llamado Pata de Trueno, que tenía un chacal como fiel seguidor llamado Abrigo Gris. Sucedió un día que Pata de Trueno peleó terriblemente con un elefante quien lo hirió profundamente cor sus colmillos, cojeó de regreso a su cueva y cayó al suelo, incapaz de moverse.
Yació allí por algunos días, recobrándose de sus heridas. Incapaz de salir a cazar, no había comida ni para él ni para Abrigo Gris. El chacal estaba muerto de hambre y le dijo a Pata de Trueno, “Mi Señor, estoy tan hambriento que no puedo hacer nada. ¿Cómo puede atenderte en este estado?”
“¿Qué puedo hacer?” dijo Pata de Trueno. “Mira el estado en el que me encuentro. ¿Por qué no atraes algún animal a mi cueva? Si se acerca lo suficiente, podría matarlo.”
El chacal se inclinó ante su maestro y partió en busca de alguna presa. Después de un tiempo se encontró con un asno de aspecto desdichado. Estaba parado cerca de un río, rascando en busca de pasto entre los escasos parches que crecían junto a la orilla.
“¡Hola, compañero!” gritó Abrigo Gris. “Dime, ¿Quién eres? ¿Porqué estás tan triste y desdichado?”
El asno miró hacia arriba. “Saludos, señor. Soy Orejas Caídas, el asno de un lavandero. Mi maestro de duro corazón me hace trabajar prácticamente hasta la muerte, colocando enormes cargas de ropas para lavar sobre mi espalda. Pero ni siquiera me da un puñado de pasto fresco para comer. Al contrario, me suelta junto a la orilla de este río y tengo que forrajear por unas pocas hojas aquí y allá.”
“¡Oh, qué terrible!” exclamó Abrigo Gris. “¿Por qué lo toleras? ¿No sabes que hay un hermoso parche de abundante y fresco pasto verde no lejos de este río? Permíteme conducirte allí.”
“Querido hermano, me encantaría ir, ¿Pero cómo es posible? Soy un animal de pueblo y no me atrevo a aventurarme en el bosque, donde seré fácilmente matado por algún feroz predador.”
“No te preocupes. Donde te llevaré es un lugar seguro, protegido por mis poderosas garraspodrás avanzar sin miedo. Hay algo más que debieras saber. Estoy protegiendo a tres asnas que también han escapado de las garras de crueles lavanderos. Estas jóvenes asnas se han puesto lustrosas y gordas por el sabroso pasto. Son juguetonas y llenas de la alegría de la juventud. De hecho, justo ayer, me dijeron, ‘Tío, por favor encuéntranos algún marido adecuado.’ Entonces creo que es el arreglo del destino que me haya encontrado contigo hoy.”
Escuchando acerca de las asnas, Orejas Caídas se consumió de dolorosa pasión. Suspiró y dijo, “Oh, qué bien que lo dijo el poeta,
En este mundo tanto el veneno como el néctar
Provienen de una adorable mujer.
Su presencia nos da vida y vigor,
Pero su ausencia nos deja tristes.”
Con los miembros temblando y con el corazón latiendo rápidamente, el tonto asno le dijo a Abrigo Gris, “Muy bien entonces, muéstrame el camino.”
Abrigo Gris entonces condujo al asno directamente a la cueva de Pata de Trueno. Apenas el león lo vio, saltó desde atrás de unos arbustos. Pero, todavía débil por las heridas, falló en aterrizar sobre el asno, que saltó hacia atrás aterrorizado. Orejas Caídas entonces giró y regresó precipitadamente por donde había venido sin mirar atrás ni una sola vez.
Abrigo Gris se rió con mofa. “Entonces esta es una muestra de tu poder, ¿verdad? Es demasiado difícil para ti atrapar un escuálido asno. Con razón el elefante te humilló.”
“Está bien, está bien. Ahórrate el sarcasmo. No estaba listo en aquel momento. Y aún me estoy recuperando de mis heridas.”
“Sí claro. Pues entonces prepárate, porque pronto volveré a traer al asno nuevamente.”
Pata de Trueno se sorprendió. “¿Otra vez? ¿Estás bromeando? Ese burro nunca más vendrá ni a una milla de distancia de este lugar.”
“Ya veremos. Déjamelo a mí. Solo preparate esta vez. Ahora voy tras el asno.”
Abrigo Gris regresó donde había encontrado a Orejas Caídas y lo vio parado en la orilla del río, temblando de terror, mirando hacia uno y otro lado y respirando pesadamente.
“Buen amigo” dijo Abrigo Gris. “¿Dónde te fuiste?”
“¿Dónde crees? ¿Crees que iba a quedarme en un lugar como ese? ¿Dónde me llevaste de todas maneras? ¿No viste la bestia monstruosa, con ojos rojos como el cobre y una boca como una enorme caverna?  Sabe Dios cómo escapé con vida. Nunca he visto dientes como esos.”
“Cálmate hermano, cálmate. Estás imaginando cosas. Esa no era ninguna bestia, era una de las asnas. Apenas vio tu elegante forma, fue presa del deseo y se arrojó hacia ti.”
“¿Qué? ¿Una asna? ¿Quieres decir que huí de una mujer?” Orejas Caídas no podía creerlo.
“Sin duda. Se desanimó mucho cuando te fuiste. Ahora ha resuelto ayunar hasta morir a no ser que tú vuelvas.”
La mente de Orejas Caídas estaba completamente trastornada por la lujuria. Deseaba creer en Abrigo Gris, que continuó tranquilizándolo de diversas formas. El chacal entonces lo condujo de vuelta donde yacía Pata de Trueno esperando. Esta vez el león no cometió ningún error. Saltando sobre el asno desde atrás, desgarró su garganta y lo mató instantáneamente.
Moraleja: Ten cuidado en quien confías
“Y tú también eres un gran embaucador, tal como el chacal” dijo Boca Roja. “Pero yo no soy como Orejas Caídas. Ahora ya no me engañas, tal como el rey que descubrió la verdad sobre el alfarero.”
“Oh, cuéntame más” dijo Dientes Terribles y Boca Roja narró la historia.