El Cazador y la Paloma


Había una vez un cazador muy feroz, que pasaba sus días en el bosque atrapando y matando pájaros. Negro como un cuervo, con ojos rojos en sangre, parecía la Muerte personificada mientras realizaba su terrible labor. Sus amigos y parientes lo habían rechazado, considerándolo cruel y malintencionado. Vivía solo, sobreviviendo de la carne que conseguía, y ajeno a los pecados que estaba acumulando día a día.
Un día, mientras estaba tendiendo sus redes en lo profundo del bosque, se levantó una terrible tormenta. Densas masas de nubes llenaron el cielo y la lluvia cayó en torrentes. Rápidamente la tierra se inundó y el cazador perdió sus sentidos debido al temor. Temblando de frío, caminaba a tropiezos ciegamente, buscando un terreno elevado donde pudiera protegerse. Debido a la fuerza de la lluvia, muchas aves cayeron muertas al suelo.
Mientras luchaba contra el furioso viento, vio de casualidad una paloma tendida en la tierra, aturdida y entumecida por el frío. Inmediatamente la levantó y la puso en una jaula. Siguiendo adelante, se topó con un enorme árbol tan azul como las nubes. Parecía como si el Creador mismo lo hubiera colocado allí como refugio para todas las entidades vivientes.
El cazador cayó de rodillas y oró ante el árbol. “Oh señor del bosque, concédeme refugio. O deidades que viven dentro del árbol, les ruego que me resguarden de esta tormenta.”
Se apretó contra el tronco del árbol y esperó que cesara la tormenta. De a poco las nubes se dispersaron y el cielo de centelleantes estrellas se hizo visible, como un lago lleno de azucenas. Dándose cuenta que estaba lejos de su hogar, el cazador decidió descansar por la noche bajo el árbol. Exhausto y con frío, extendió algunas hojas y se recostó con la cabeza sobre una piedra.
En una de las ramas del árbol vivía una blanca paloma de hermosas plumas, que había morado allí por muchos años con su familia. Esa mañana su esposa había salido para buscar comida, pero ella no había regresado. El ave comenzó a lamentarse en voz alta, “Oh esposa mía, ¿Dónde estás? Que gran tormenta hubo hoy. ¿Has perecido? ¿Qué valor tendrá mi hogar entonces? Una mera casa no es un hogar, es la esposa la que hace el hogar. Una casa sin una esposa es como un desierto.”
La paloma elogió a su esposa de muchas formas. “Aquella casta dama me ha servido humildemente, siempre buscando mi felicidad. Sin duda una esposa es el tesoro más grande de un esposo. No hay amiga como la esposa, ni mejor refugio. Ella es la compañía de más confianza de un hombre. Si no se tiene una esposa en el hogar, entonces mas le vale internarse en el bosque.”
Escuchando las palabras de su esposo, la paloma, desde dentro de la jaula, dijo, “Tenga o no tenga algún mérito, mi buena fortuna no tiene límites cuando mi querido esposo habla acerca de mí de esta manera. Una mujer no es una esposa cuando no complace a su marido. Cuando el esposo está complacido con su esposa, todos los dioses la bendicen.”
La paloma fijó sus ojos en su marido y lo llamó. “Mi señor, escucha mis palabras. Estoy aquí, pero aquí también hay un invitado. Deberías honrarlo apropiadamente. Tiene frío y hambre. Ocúpate de él, ya que ese es siempre el deber de los dueños de casa. Si se descuida un invitado que busca refugio, entonces se es culpable de un gran pecado, igual que matar a un brahmana o a una vaca.”
Lágrimas de alegría fluían de los ojos del palomo al hablar su esposa. Se dirigió inmediatamente al cazador. “Buen señor, eres bienvenido aquí. Dime qué puedo hacer por ti hoy. Debe brindarse hospitalidad hasta a un enemigo que viene a la casa de uno. Los árboles no retiran su refugio incluso a una persona que viene a cortarlo.”
El cazador dijo, “Estoy helado de frío. Por favor encuentra una forma de calentarme.”
“Como no” contestó el ave y enseguida comenzó a buscar ramitas y hojas secas, construyendo rápidamente un bastimento para una fogata. Luego voló hacia un lugar donde se conservaba un fuego y trajo de regreso una ramita encendida, poniendo su llama sobre el combustible.
El cazador calentó sus endurecidos miembros y al recobrar la  vida, empezó a sentirse hambriento. Le dijo a la paloma, “Oh ave, estoy famélico. ¿Tienes algo de comida?”
“Ay no” dijo el palomo. “Vivimos como sabios del bosque, obteniendo suficiente comida que nos alcance para el día.”
El palomo estaba angustiado por su incapacidad de darle al cazador lo que deseaba. Pensó qué hacer. Gradualmente llegó a una conclusión. Mirando hacia abajo al cazador él dijo, “Espera un momento. Te complaceré sin duda.”
El ave recordó lo que había escuchado de los sabios del bosque acerca del gran mérito ganado por servir a un invitado. “Las escrituras dicen que una visita que no fue invitada es como si Dios mismo llegase a tu casa” ellos habían dicho, citando un verso de los Vedas que el palomo ahora recordó.
Aquel que no recibe bien
Una visita que llega a su puerta
Se prepara un camino hacia el infierno
Y es muy pobre en virtud.
Pensando así, el palomo, con rostro sonriente, giró alrededor del fuego tres veces y luego se arrojó a las llamas. “Toma mi carne” gritó al renunciar a su vida.
Viendo el desinteresado acto de sacrificio, el cazador estaba profundamente conmovido. “¿Qué he hecho?” se preguntó. “¿Qué atroces pecados he cometido? Soy un hombre cruel e infeliz.”
Lágrimas cayeron de sus ojos al mirar el cuerpo muerto del palomo. Su corazón suavizado por la compasión, se lamentó en voz alta. “Toda mi vida he cometido terribles actos. ¿Qué bien hay en mí? Este noble palomo me ha enseñado una lección. Ya no seré más el asesino de criaturas indefensas.”
Decidió vivir una vida de penitencia desde ese día en adelante. Tirando sus redes, jaula y garrotes, liberó a la paloma y partió en un viaje hacia el norte, con la intención de practicar yoga y meditación.
La paloma lloró intensamente por su marido muerto. “¿Cuál es el valor de mi vida ahora? ¿Cómo puede una mujer vivir sin su marido, quien es el auténtico señor para ella en este mundo? Con la partida de mi protector no tengo ningún deseo de vivir. Mi único deber es seguirlo.”
Pensando solamente en su marido, la paloma entonces se arrojó a las ardientes brasas. Al morir y abandonar su cuerpo, vio a su esposo de una forma etérea sentado en un carro dorado. Estaba vestido con ropas celestiales y rodeado de seres celestiales. Vio que ella también había asumido un cuerpo celestial. Tomando su lugar al lado de su marido, se elevó a los cielos con él.
Ojo Feroz concluyó su historia. “Así es que aquel que trata con bondad incluso a un enemigo recibe grandes recompensas.”
Moraleja: Siempre honra a las visitas
Destructor del Enemigo giró hacia su tercer ministro, Ojo de Fuego y le preguntó su opinión.
“Yo también opino que este cuervo debiera ser perdonado” contestó. “Creo que bien podría probar ser beneficioso para nosotros, tal como el ladrón benefició al anciano.”
“Cuéntame más” dijo Destructor del Enemigo y Ojo de Fuego relató su historia.