Buen gusto y el Barrendero


En una ciudad de la antigua India vivía una vez un rico comerciante llamado Buen-gusto que se hizo gobernador de aquella ciudad. Manejaba la administración y los asuntos del rey tan bien que todos estaban satisfechos. Un hombre así es raro, ya que se dice:
Satisface a tu rey y desagradas a la gente.
Satisface a la gente y el rey te despide.
La vida de un ministro está cargada de dificultades,
al tratar de asegurar la prosperidad de todos.
Un día Buen-gusto encontró un barrendero en la cámara real cuando todos habían salido. El barrendero se había sentado en un elevado asiento de honor destinado a invitados especiales. Viendo esto, Buen-gusto lo arrastró del cuello y lo tiró fuera de la habitación.
El barrendero se marchó con enojo y rencor en su corazón, preguntándose  cómo podría vengarse de Buen-gusto. Su sangre hervía día y noche, pero no podía hallar una manera de regresar. “¿Qué utilidad tiene esta ira?”, pensó. “Como el garbanzo que estalla y brinca de arriba abajo en la cacerola, incapaz de romperla, me enfurecí inútilmente, incapaz de hacer algo.”
Pero finalmente se le dio la oportunidad. Estaba ocupado limpiando el piso en la habitación real cuando el rey entró. Inclinándose sobre su escoba, murmuró, “Oh santos dioses, tan solo vean la imprudencia de Buen-gusto. Está abrazando a la reina.”
Escuchando esto, el rey fue hacia él y dijo, “¿De qué estas hablando barrendero? ¿Es eso verdad?”
“Perdóneme, Señor,” dijo el barrendero. “Me estaba quedando dormido. No sé lo que estaba diciendo. Es porque estoy despierto hasta tarde, estando muy adicto al juego. No hagas caso de mis tontas incoherencias.”
Pero el rey se puso pensativo. Quizás el barrendero había visto algo realmente. Después de todo, un hombre dormido generalmente dice lo que tiene en la mente. El barrendero tenía libre acceso al palacio entero. Y también lo tenía Buen-gusto si vamos al caso. Pensando así por algún tiempo, el rey finalmente se convenció que Buen-gusto no era de confiar, y le prohibió la entrada al palacio.
Buen-gusto estaba sorprendido. ¿Por qué el rey estaba tan enojado con él? No podía imaginar ninguna razón. Luego un día cuando estaba tratando de ingresar al palacio y los guardias se lo impidieron, el barrendero lo vio. “Está bien,” anunció el barrendero. “Detengan a ese maleducado pillo. Y tengan cuidado que no lo traten como me trató a mí –cogiéndote del cuello y sacudiéndote por todos lados.”
Buen-gusto entonces se dio cuenta lo que había sucedido. “Obviamente este desgraciado es responsable de mi condición actual,” dijo al salir del palacio.
Ansioso y preocupado porque había sido  falseado ante el rey, Buen-gusto fue a su casa y pensó cuidadosamente. Luego hizo llamar al barrendero, recibiéndolo amablemente y ofreciéndole un regalo de finas telas de seda.
“Escucha, buen señor,” dijo Buen-gusto. “Solo te eché fuera porque habías ocupado un asiento que no era para ti. No quise hacerte un mal, pero era mi deber castigarte.”
El barrendero estaba complacido con el regalo de telas y respondió, “Te perdono, y no te preocupes. Pronto me aseguraré de que te reinstalen en tu cargo.”
Buen-gusto se sintió aliviado, diciéndose a sí mismo,
“Un desgraciado y un par de balanzas
Poseen una cosa en común.
Una pequeña cosa los derrumba
Y una pequeña cosa los levanta.”
El barrendero luego regresó al palacio y estaba barriendo la cámara del rey cuando el rey entró. Otra vez empezó a murmurar. “¿Cómo es que el rey come fruta cuando está en el excusado?”
El rey se enojó. “Oh barrendero, ¿De qué estás delirando ahora? Despierta y haz tu trabajo. ¡Nunca he comido nada en el excusado!”
Luego el rey comenzó a pensar. El barrendero decía tonterías. ¿Y si había mentido sobre Buen-gusto? Seguro que lo hizo. ¿Cómo podría haber tocado a la reina el gobernador? Era una idea ridícula. Y como había sido despedido, los asuntos de estado no iban bien.
El rey entonces decidió reintegrar a su gobernador, y lo trajo de vuelta con todos los honores.
Astuto finalizó su cuento. “Entonces Buen-gusto recuperó su trabajo, pero aprendió una lección, ten cuidado con incluso el más bajo de los sirvientes del rey.”
Moraleja: Trata a todos con respeto
Retozón le aseguró a Astuto que haría cualquier cosa que él propusiera. “Muéstrame el camino hacia el rey,” dijo. “Me convertiré en su leal sirviente.”
Astuto llevó al buey ante Melena-dorada y dijo, “Mi Señor, aquí está Retozón. Está listo para cumplir con tus órdenes.”
Retozón se inclinó ante el león y se paró respetuosamente ante él.
“Bienvenido” dijo Melena-dorada, extendiendo su gran pata con sus garras como rayos, poniéndola sobre los hombros de Retozón. “¿Cómo llegaste a vivir aquí? ¿Qué ha traído a vuestra Merced a este desolado bosque?”
Retozón entonces relató al león todo lo que le había sucedido. Melena-dorada escuchaba atentamente. Pensó que Retozón estaba siendo diplomático, y que no estaba revelando su verdadera posición y poder. “Mejor que lo trate con cuidado y respeto,” pensó, observando el poderoso cuerpo de Retozón y sus fuertes cuernos.
Cuando Retozón hubo terminado su relato, Melena-dorada dijo, “Eres muy bienvenido aquí. Estarás seguro bajo mi protección. Pasea libremente y disfruta de la vida. Seguramente nos volveremos los mejores amigos.”
Retozón entonces comenzó a pasar mucho tiempo con el león. Había aprendido muchas ramas del conocimiento Védico, habiéndolas escuchado de su anterior maestro y compartía esta sabiduría con Melena-dorada. El león disfrutaba mucho su compañía y prefería estar con él que con cualquier otro animal de su séquito. Ni siquiera Astuto podía acercarse al rey.
Melena-dorada pasaba tanto tiempo con Retozón que estaba atrapando menos y menos animales para comer. Había muy poco disponible para Astuto y su hermano. Viendo esta preocupante situación, Astuto le dijo un día a Cuidadoso. “Ay de nosotros, nos hallamos en una lamentable condición. Esto es mi propia culpa, ya que fui yo quien presentó a Retozón al rey. Todos sus demás sirvientes y ministros se han desperdigado, ¿ya que quien permanecería en servicio cuando no es pagado?”
“Muy cierto” replicó Cuidadoso. “Esto no es bueno. Creo que deberías darle algún consejo. Es siempre el deber del ministro dar sabio consejo al rey, incluso cuando él sea incapaz de aceptarlo. Vimos en el Mahabharata como el sabio Vidura nunca se dio por vencido al tratar de aconsejar al Rey Dhritarastra, aunque el rey hizo caso omiso.”
“Estoy de acuerdo, querido hermano, pero como digo yo, es culpa mía. ¿Cómo puedo decirle a Melena-dorada que renuncie a la amistad de Retozón cuando fui yo quien los unió? Soy como el chacal atrapado entre los carneros, el brahmana que perdió su riqueza, o la infiel esposa del tejedor. Todos fueron arruinados por su propia necedad.”
“¿Qué cuentan estas historias?” preguntó Cuidadoso, y Astuto